lunes, 26 de febrero de 2018

LADY BIRD, ESCRITA Y DIRIGIDA POR GRETA GERWIG: ATRAPADA EN SACRAMENTO EN BUSCA DE SU PROPIA IDENTIDAD



La adolescencia es una etapa de ruptura con el pasado y de incertidumbre ante el futuro. El pasado ya no nos produce respuestas válidas o creíbles, y el futuro se nos muestra incierto por inexplorado, de ahí, que la adolescencia sea un período de conflicto. En muchas ocasiones esa guerra particular se dirime hacia adentro a través del aislamiento, pero en otras, esa guerra contra el mundo se declara de puertas hacia afuera. Y es en esa especie de embudo que te envuelve y no te deja escapar, en el que se encuentra atrapada la Lady Bird —señorita pájaro— protagonista de la película. Christine —este es su verdadero nombre— está interpretada por una valiente y demoledora Saoirse Ronan que, como muchos jóvenes, se encuentra perdida en su propio laberinto o, como en este caso, atrapada en Sacramento en busca de su propia identidad. Esa ciudad del medio Oeste que no es ni San Francisco ni Los Ángeles y, a lo que se ve, se encuentra muy lejos de la ansiada Nueva York, pues para nuestra protagonista, es una cárcel sin barrotes de la que quiere salir; una ofuscación que la hace insensible a los portentosos travellings que, Greta Gerwick, nos muestra de los atardeceres de la ciudad cuando la recorre en coche: puentes, iglesias, edificios, o el propio río, son una magnífica secuela para los recuerdos; unos recuerdos que, sin embargo, no se reproducirán en el cerebro de Christine hasta que no esté lejos de ese entorno.



Sacramento es un espacio no deseado por lo hostil que se presenta ante la posibilidad de recrear un mundo libre de ataduras y más cercano al ideal de libertad o auto realización al que Greta Gerwick encamina a su protagonista, pero también, es un mundo posible en el que experimentar el éxito y el fracaso, pues esas dos cualidades siempre viajan a nuestro lado. Ese conflicto es el reproduce en el cuerpo y la mente de una joven norteamericana que, sin embargo, no se las da de original, pues cumplirá con todos y cada uno de los requisitos de su último curso del instituto —fiesta de fin de curso incluida—. Entonces, ¿dónde está la singularidad de la película?, pues su particularidad radica en el punto de vista que ha elegido su guionista y directora para desterrar de su cámara todo el glamour que Hollywood emplea en este tipo de películas, y fijar su foco en la dura realidad de la clase media norteamericana venida a menos. En esa parte más desconocida de la América real es donde se desenvuelve nuestra señorita pájaro, y lo hace sin otro aditamento que el del frustrante día a día de alguien que necesita respirar por sí sola y no sabe cómo logarlo sino fuera de su entorno. En esa incesante búsqueda de la propia identidad, es donde se retrata a una sociedad y a una familia que podría ser la nuestra, y es donde Christine no se calla y nos plantea una y otra vez la insatisfacción que marcha pegada a las situaciones de conflicto, sobre todo con su madre, una mujer autoritaria y protectora que a la vez vela por la felicidad de su hija. Una espléndida Laurie Metcalf que, con su valentía y rigor, nos proyecta una serie de escenas que nos proporcionan la contraposición al desenfreno adolescente: madre y padre a la vez, resucita el carácter indomable de aquellas mujeres que han tenido que renunciar a muchos de sus sueños, pero que sin embargo, no renuncian a un futuro mejor para su familia. La  proyección de esas contradicciones dan al relato una mayor dosis de verosimilitud y, le alejan, del edulcorado y perenne escenario en el que se desarrollan las cintas de las grandes productoras norteamericanas.



En esta película, Greta Gerwig rastrea, muy posiblemente, las huellas de su adolescencia, y lo hace desde un punto de vista feminista, entendido éste como la opción de la directora por abordarlo a través de dos mujeres como protagonistas principales y, bajo las emociones de una joven que a medida que abandona las consignas de los posters de su habitación se conduce sin miedo a la búsqueda de nuevas experiencias que la permitan comprenderse un poco mejor a sí misma y, de paso, al mundo que la rodea. En este sentido, el nivel interpretativo de Saoirse Ronan está a gran altura, tanto cuando encarna esa opresión que no sólo se circunscribe al mundo académico del colegio religioso al que acude, si no también, cuando explora el sentido del amor y de las primeras relaciones sexuales, donde quedan al descubierto el desencanto y la falsa percepción de este mundo híper sexualizado en el que nos desenvolvemos. De todas formas, Lady Bird no renuncia a ser ella misma cuando se enfrenta a todas y cada una de las situaciones que le tocan vivir, pues todavía no piensa en las consecuencias que su comportamiento le puede acarrear. Ahí, en la tibieza de los sentimientos de los otros, es donde se hacen más duros e incomprensibles los desengaños y las nuevas esperanzas que se quedan en nada y, ahí, es también donde Christine, con su pelo teñido de rosa, sus uñas a medio pintar o sus vaporosos y desatinados vestidos de fiesta, deja una estela real de lo que es la adolescencia de una joven que no quiere renunciar a ser ella misma. 

 

Ángel Silvelo Gabriel. 

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