lunes, 25 de septiembre de 2017

BILL VIOLA EN EL PALACIO STROZZI DE FLORENCIA: LA VISIBILIDAD DE LOS SENTIMIENTOS



Las calles adoquinadas de las calles florentinas se tropiezan con el almohadillado de sus numerosos y excelentes edificios renacentistas, que nos devuelven a esa otra realidad que sólo el arte es capaz de crear y destruir para volverlo a crear de nuevo: la vida, en un proceso continuo y constante dependiendo de qué o quién observe aquello que se nos muestra. Es difícil escapar a ese síndrome de Stendhal que preside cada esquina de la ciudad del Arno, pero no es menos cierto que, la curiosidad, nos emplaza a seguir descubriendo una y otra vez esa nueva imagen que nos produzca la sensación de lo inevitable que, una obra de arte, en sí misma, puede transmitirnos. Sensaciones que van desde la belleza, al horror, o a esa mera contemplación de la vida en un cuadro o una imagen. Ese juego de percepciones inalcanzables es el que nos transmitió la muestra que Bill Viola expuso hasta el 27 de julio pasado en el Palazzo Strozzi de Firenze. Una prodigiosa perspectiva sobre la visibilidad de los sentimientos que, este artista del video arte, es capaz de conjugar como nadie a la hora de plasmar en imágenes impactantes, repetitivas o a cámara lenta, la esencia de aquello que el ser humano esconde tras la coraza de su piel. Mensajes repetitivos como el del vídeo donde no para de pasar gente a lo largo de un sendero en un bosque que, sin duda, nos emplaza a preguntarnos acerca de la posibilidad cierta o errónea de la continuidad de la vida o de la repetición de nuestros actos. Una repetición sencilla y continua que nos enmarca dentro de un conjunto más amplio: el hombre dentro de los hombres. Es difícil escupir y esculpir las sensaciones que un ser humano va teniendo a lo largo de su vida de una forma tan tajante y estética como lo hace Bill Viola. El video artista experimenta y arriesga a la hora de mostrarnos la singularidad de esa fe que nos mueve día a día y, para ello, fusiona ideas con colores, escenografías e iconografías que nos sumergen en la posibilidad de ese otro yo que todos tenemos más allá de nuestra atrofiada sensibilidad, marcada por ese día a día demoledor que nos embrutece. De esa sensación de derrota es de donde es capaz de sacarnos Viola, pues nutre a sus composiciones de una singularidad única: la de poder encontrarse uno a uno mismo mientras observa la minuciosidad con la que nos expone toda una amalgama de sensaciones que nos llevan muy lejos de donde nos encontramos. Por ejemplo, el montaje titulado, El Rinascimento, es uno de esos casos donde la posibilidad de purificación es inmensa, pues nadie como él es capaz de indicárnosla a través del arte. 

La muestra de Bill Viola también nos invita al viaje externo, pues se desplaza por el arte y por el tiempo para hacernos partícipes de la historia de la humanidad a través de unos montajes que cumplen la doble función del simbolismo y la materialidad visual que se adentra en lo más profundo de nuestro subconsciente a nada que tengamos algo de sensibilidad. Ese viaje, sin duda, acaba en la piedad del hombre moderno que, tilda sus actos, con la compasión de la lejanía que los separa de la realidad más íntima o interior. Esa distancia entre realidad e irrealidad es la que abarca Bill Viola en su obra, despojada de la falsa mueca de aquello que se nos muestra como valioso sin serlo, pues la cobertura de su obra a través de imágenes, es la de la esencia en sí misma; esencia del mundo y la vida. No hay nada tan profundamente materico y humano como la recreación de sus pecados capitales, confrontados éstos en forma de batalla del hombre frente a los elementos externos de la naturaleza que son mucho más poderosos que él, lo que desemboca en la fragilidad del ser humano. En estos casos, la capacidad gestual del dolor a la que asistimos es inmensa, como inmenso es su mensaje de la vida y de la muerte, el amor y el dolor, o la vida construida con instantes que nos muestran una y otra vez la visibilidad de los sentimientos.

Ángel Silvelo Gabriel. 

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