jueves, 5 de marzo de 2015

NOEMÍ TRUJILLO, UN LUGAR CON NIEVE (III): EL AMOR…, UN GRITO DE LIBERTAD QUE NOS LLEVA HACIA LA TIERRA PROMETIDA


No volváis a preguntarme qué es el amor, porque ahora huyo del placer que se posó sobre mí como si fuera una vulgar dormidera. No volváis a preguntarme qué es el amor, porque ya soy vieja y mis manos están llenas de arrugas; arrugas que buscan caricias entre los recuerdos de una juventud que se quedó a vivir en ayer. Quiero marchar ataviada con soles y sombras, bajo una infinita capa oscura que me proteja de la falsa deidad del amor. Allá quiero ir, a esa tierra donde los poemas no tienen nombre y las mariposas se posan en la parte más alta de la pradera. Dejadme marchar y no me paréis, porque quiero ir sola hasta el límite de la valla que separa la realidad de los sueños... Y ahí quiero permanecer, donde las soledades del amor y las infidelidades del deseo surcan el horizonte dibujando regueros de sangre y pasión. Limpios y sucios, transparentes y atormentados, como los señuelos que deja el reflejo de un cristal que, efímero, se deposita en el alma de una mujer que ya no es aquello que siempre quiso ser. Mujer de trapo, mujer de barro. Mujer con alma que representa al amor como si ella misma fuera ese grito de libertad que nos lleva hacia la tierra prometida. Mujer flecha, mujer horizonte, mujer cuenco, mujer nieve…, y así, hasta que logra fundirse con el calor de una larga declamación de intenciones o íntimas necesidades, pues quizá, no quepa una mejor secuencia de palabras-bala para definir el actual estado creativo de la poeta, Noemí Trujillo, que marcha, ya sin miedo, hacia un tipo de narración más cercana a la prosa, como si sus versos necesitaran de un nuevo espacio en el que ahondar en sus obsesiones, todas ellas muy cercanas a múltiples dualidades: madre-hija, realidad-sueño, poeta-editora, éxito-fracaso, literatura-deseo...
 
En esta última parte de su Antología poética, Un lugar con nieve, Noemí Trujillo cambia y se resquebraja como solo lo pueden hacer dos continentes en un gigantesco movimiento de tierras. De ese cataclismo nace una nueva voz poética, omnipresente, ya, en Velma y yo (2014); un poemario que no necesita del apoyo de un prólogo, porque se sostiene por sí solo. Hay una nueva tensión en los poemarios y en los poemas que conforman el final de este ambicioso Coloso, pues todos ellos pugnan por salir al exterior como la lava de un volcán: a borbotones, o a través de aureolas incandescentes del propio cuerpo de la poeta. En ellos, asistimos a otra necesidad, la crear de algo nuevo y diferente: «Mi voz rompió contra mis fauces,/ mi voz que no era ya mi voz». Allí, donde sí se pone nombre a los huracanes, la escritura y la poesía, junto a la soledad del creador, siguen formando parte del corpus creativo de la poeta que, sin embargo, ahora juguetea con ese íntimo y extraño sentimiento que es el de sentirse extranjero dentro de uno mismo; un lugar donde no somos capaces de reconocer ni a nuestra propia sombra: «Intenté curarme de mi timidez,/ quería ser bailarina o trabajar en el cine:/ ser la reina de las artistas./ Pero fue una pérdida de tiempo». Un miedo que también se eleva por encima de esta nueva voz, hasta convertirse en algo propio: «Tengo miedo a la muerte/ y la desesperación,/ del agua oscura/ y de la no permanencia de mis versos./ Tengo miedo del mañana». Aquí la necesidad del artista por traspasar la barrera del tiempo nos define a una poeta que quiere la eternidad de otra forma, no dando a luz a una nueva vida, sino inmortalizando su esencia a través de las palabras. Quizá, porque sumergida en los poemas de Gil de Biedma se dice a sí misma: «Hablaremos a solas,/ sin mirar a nadie,/ leeremos el poema más largo/ de Jaime Gil de Biedma,/ «Pandémica y celeste», pasaremos/ de la desolación a la angustia,/ tocaremos la ternura,/ la comprensión,/ incluso la felicidad,/ en noventa y nueve versos». Una referencia, la de Biedma, que se posa sobre sus versos cuando nos expresa: «Aspiro a ser poema,/ más que poeta». En una transparente declaración de intenciones muy cercana al famoso verso del poeta: «yo prefiero ser poema y no poeta». Quizá, porque también, Noemí Trujillo, piensa lo mismo que Biedma: «Que la vida iba en serio…»
 
¡Corre, Edith Napoleón! (2010) es una vuelta al pasado creativo de la Sra. Trujillo, y a la vertiente más social de su obra poética, como muy bien nos aclara en la introducción de este poemario, que busca darle voz a los que no la tienen. Voces sin voz, a los que sin embargo, la poeta les pone nombre, como hace en el primer poema titulado Edith: «Probablemente no era tu verdadero nombre./ Huiste de la guerra de Sierra Leona/ para encontrar en España rechazo,/ desprecio, violencia y muerte». Una denuncia existencial que ahora revierte hacia el exterior, y que nos deja una muestra palpable del compromiso de la poeta con su tiempo, a pesar de definirse a sí misma como una poeta cobarde, y que de nuevo se hará palpable, cuando aborde la actual situación de Cataluña.
 
Guerrilleras de la vida (2011) es un conjunto de poemas que la Sra. Trujillo expuso en el Festival Vilapoética, y que, fueron y son, el motor y el recuerdo de una macro quedada poética en Viladecans, en la que se dieron cita 265 poetas de toda España. Poemas que comienzan así: «Mujer que te conoces/ y te aceptas/ y te niegas a ti misma./ Ha llegado la hora de tu canto», y terminan en una especie de melodía del amor: «Amar,/ Amare,/ diligencia./ Oigo tus oraciones, tus promesas».
 
El resto de los poemas que conforman esta Antología han sido publicados, en su mayoría, en el blog de la autora: www.noemitrujillo.blogspot.com, y son la muestra más palpable del recorrido de sus íntimas obsesiones a lo largo del tiempo. Rasguños creativos que profundizan en nuestra piel, como el contundente: «Nunca es insignificante un verso», pues no se puede decir más con menos, y de paso, nos relata la importancia que para la poeta tienen cada una de sus composiciones. Reflexiones que abordan la felicidad en La felicidad es un ave muy gregaria, o que nos muestran su faceta más explosiva con el poema Escritor es uno entre mil, donde nos deja muy claro su posición al respecto. Noemí Trujillo también se erige en heroína cuando se sube a la loma de la libertad, igual que si fuera la mujer del cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, al mostrar sin miedo su posición respecto de la comunidad autónoma, al borde de un ataque de nervios, que hoy en día representa Cataluña; una mala réplica del histerismo almodovariano, pues está desposeído de su gracia y brillantez: «Volvamos a celebrar fiestas/ alegremente/ (sin banderas),/ fiestas que sean solo/ una celebración». Un espacio real y sentimental, el que la Sra. Trujillo recorre a través de Barcelona y sus gentes, donde los reflejos dorados de antaño, hoy se han convertido en una manada de turistas dispuestos a acabar con todo, cual plaga bíblica que tampoco tiene solución. Pero, Barcelona, también representa esa sensación de ser extranjera en una tierra a la que la autora nunca ha sentido que pertenecía: «Hija de la periferia,/ de madre catalán y padre andaluz,/ mi ciudad quiso marcarme/ con la etiqueta de «charnega»…/ como un novio orgulloso y de clase alta/ Barcelona me rechazó». Menos mal que aún nos queda espacio para la esperanza: «Volvamos a la armonía/ a recuperar la ilusión/ por las cosas perdidas,/ al sentido común».
 
La otra parte más oculta de esta nueva luna reconvertida en poemas, es la que nos muestra la voz interior de la poeta en esa lucha sinsentido y sin cuartel que significa el día a día del creador, siempre batallando contra sus propios demonios: «Ente otras cosas/ aquí me tienes,/ con tres clavos de alegría./ Entre otras cosas./Herida,/ caída,/ pero no quebrada», lo que en ocasiones la lleva a querer emprender una nueva huida, de sí misma, de todo: «Quiero cambiar una habitación por otra,/ quiero cambiar./ Cambiar de casa,/ de barrio,/ pasar página… Ya sé que nadie lo entiende,/ que mi deseo/ duerme/bajo papel emborronado». No obstante, esa búsqueda no necesita de una aprobación que no sea la de la propia voz poética: «Resignada,/ paciente,/ espero el próximo poema;/ siempre rozando la nada,/ siempre callando…/ algo más hondo».
 
Un lugar con nieve es el manicomio del amor, porque las flores crecen sin necesidad de agua, los deseos brotan alejados de las caricias y la máxima expresión de la felicidad apenas precisa algo de ternura. La realidad y la vida fluyen y se retan cual cometas que, en el aire, chocan y caen a un espacio exento de viento, pero no de miedos. En este último cielo, donde la búsqueda de los territorios perdidos nos llevan a un escaparate lleno de vestidos rojos, los francotiradores afinan su puntería hasta conseguir llenarnos los sentidos y el corazón de disparos certeros que no matan y sí nos resucitan una y otra vez, igual que una moviola donde poder repetir todas las veces que queramos nuestra propia caída. Y justo, al otro lado, donde la poesía es la mejor aliada del silencio, una red se dedica a recoger los versos que produce la noche; versos de una niña abandonada que ya no tiene miedo a andar con zapatos de tacón, y mientras tanto, entre traspiés y traspiés, los poemas creados con la pasión del tiempo se dedican a crear un nuevo universo; una tierra prometida donde la nieve se derrite con el calor del amor y las huellas de nuestros furtivos encuentros. Quizá, porque como nos dice la voz de la poeta: «Amar es habitar juntos/ un lugar con nieve».
 
Ángel Silvelo Gabriel.
 
PD: esta reseña es la tercera de tres sobre el poemario Un lugar en la nieve de la autora Noemí Trujillo. Fin.

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