miércoles, 23 de julio de 2014

ÁNGEL SILVELO EN LA I JORNADA CARBONERAS LITERARIA 2014: LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA LITERATURA




Cuando apenas faltan dos días para la celebración de la I Jornada Carboneras Literaria os adelanto el preámbulo a mis intervenciones sobre John Keats y Roma y Fernando Pessoa y Lisboa.

LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA LITERATURA

«La vida es un reflejo», pienso. Sin embargo, nunca intentamos asir ese efímero destello, sino que más bien nos comportamos como si nuestra existencia se quedara prisionera dentro de la imagen del cristal que solo vemos. Ese es nuestro gran error, porque la verdadera vida huye en apenas un instante, justo el que dura ese centelleo en el que casi nunca reparamos.

         Este es un fragmento de la primera página de la novela Los últimos pasos de John Keats, y si lo he traído aquí, es porque quiero que todos reflexionemos acerca de una idea que lleva tiempo rondándome la cabeza. Esta idea no es otra que LA NECESIDAD DEL HÉROE EN LA LITERATURA y que, entre otros, Lionel Trilling ya utilizó en 1974 en su libro titulado, El yo antagónico (publicado en España por Taurus ediciones), donde aborda este concepto en el apartado «El poeta como héroe: Keats en sus cartas, donde nos dice lo siguiente: "El doctor Leavis dijo que, al pensar en Keats como poeta, tenemos que comprender que los documentos importantes son sus poemas, no sus cartas. Nadie lo pone en duda. Cuando pensamos sobre Keats como poeta, sus cartas son por supuesto, iluminadoras y sugestivas, pero en relación con Keats como poeta no son primarias, sino secundarias; solo son iluminadoras y sugestivas. Sin embargo, el hecho es que a causa de las cartas es imposible pensar en Keats solo como poeta; inevitablemente, pensamos en él como en algo más interesante que un poeta, pensamos en él como en un hombre, más aún, como en una cierta clase de hombre: el héroe.»

         Si trasladamos esta idea del hombre como héroe a este arranque del siglo XXI, nos encontramos que en esencia poco o nada ha cambiado, pues estos catorce años y medio que llevamos del presente siglo, aparte de los múltiples avances tecnológicos, también nos han traído el retroceso del ser humano en la conquista y consolidación de más libertades individuales y colectivas. Este retroceso antinatural tiene muchos protagonistas, donde el poder económico y su falta de escrúpulos sin duda es uno de ellos, pero al que también hay que unir, la ausencia de unos líderes políticos a los que los ciudadanos de a pie puedan confiar su voto en aras de que, además de representarles, defiendan sus intereses, tanto individuales como colectivos. Esa ausencia de liderazgo que se extiende desde los niveles más bajos de la Administración a los más altos puestos de responsabilidad nacional e internacional, conlleva que los individuos sientan la necesidad de asociarse fuera de los partidos políticos que ya no les representan. Un mundo sin líderes, capaces y honestos, es un mundo que carece de los mínimos principios de convivencia y lealtad, lo que desarrolla de una forma alarmante movimientos violentos fuera de las leyes y estallidos bélicos a las puertas de las sedes parlamentarias de los países del primer mundo.

         Todo ello, en su conjunto, es un magnífico caldo de cultivo a la hora de buscar respuestas más allá de los cauces normales establecidos, ya sean estos los medios de comunicación o los líderes políticos; cauces que muy bien podrían buscarse en la literatura, por ser este un campo donde siempre podemos encontrar claros ejemplos de personas ancladas en la honesta obligación de erigirse en difusores de la cultura y el pensamiento sin más, lo que siempre conlleva unas mayores dosis de libertad, tanto personal como colectiva; es decir, que estas personas tienen esa cualidad innata, y ausente en otras muchas áreas de la sociedad, para llegar a convertirse en los verdaderos héroes de nuestro tiempo.

         Es una obviedad decir que leer alimenta el espíritu, o que la lectura nos proporciona una visión más rica de la vida, pues nos transmite ideas y vivencias que por nosotros mismos no conoceríamos, pero no por ello es menos cierto decir que, el amor a la lectura, aparte de ser un instrumento de primer orden a la hora de instruirnos en aquello que nos acerca a la libertad, es hoy un bien común que se hace más necesario, si cabe, en aras de reivindicar su importancia y su trascendencia en nuestras vidas, pues como he dicho antes nos hace más libres. Ahora, que parece que todo se dirime en las redes sociales, estas nos recuerdan casi a diario eso de que: el que lee vive más, a lo que podríamos añadir, que el que lee es más feliz.

         Sin embargo, jugar con las palabras no es nada gratificante cuando se empieza, pues como en todas las facetas de la vida, la falta de conocimiento nos embrutece el espíritu, aunque este también sea el mejor acicate para combatir la ignorancia en aquellos que de verdad quieren saber. Es verdad, todo comienza a ir bien cuando somos conscientes que una palabra puede ser el inicio de un sueño, o el comienzo de una utopía a la que adornamos de adjetivos, que también son palabras, pero que necesitan de los verbos para ganar en consistencia. La literatura y sus actores son un todo que engendra ideas y sus sueños capaces de transformar la realidad. Sí, porque de lo que deberíamos ser conscientes desde el principio es que, si algo queda después de intentar unir una palabra tras otra, es esa sensación de transformación, que a veces logra llegar a lo más alto y a lo más profundo del ser humano. La palabra en sí misma es un camino; una vía alternativa a ese inframundo en el que unos y otros nos han metido, pero también, en el que unos y otros nos hemos metido. No se me ocurre mejor estandarte, que este, a la hora de plantearnos una nueva senda por la que transitar. A buen seguro, que cada uno de vosotros tenéis vuestros propios héroes literarios, ya estén estos vivos o muertos. Yo, por supuesto, también tengo los míos, e incluso en alguna ocasión ya los he nombrado, pero hoy quiero ir más allá y recordaros solo a dos de ellos; dos que antes no estaban en esa relación mágica que todos agrandamos a través de nuestras lecturas. Como imagino que ya habréis adivinado, hoy quiero nombrar a John Keats y Fernando Pessoa como fieles representantes del poder intrínseco de la palabra.

         John Keats murió joven, enfermo, pobre y olvidado, y sobre todo, lejos de la tierra que le vio nacer y de su familia y amigos, si exceptuamos al bueno de Joseph Severn que le acompañó a Roma. Sin embargo, a día de hoy está considerado uno de los grandes poetas ingleses de todos los tiempos, tanto por sus famosas odas como por alguno de sus poemas, justo aquellos que compuso antes de dejar Inglaterra. John Keats es uno de los pocos que puede decir que ha vencido al paso del tiempo, pues su figura se ha ido levantando de las cenizas del olvido hasta llegar a sobreponerse al paso de los años. La figura del poeta romántico representa, como quizá pocas cosas hoy en día lo pueden hacer, el ansia de libertad que se transforma en una nueva visión sobre la vida y en una nueva forma de vivirla. Una particularidad que, en el caso de Keats, se convierte en el más puro estandarte del cambio y de la transformación al alcance del ser humano, lo que sin duda, le convierten en uno de los mejores ejemplos de la necesidad del héroe en la literatura.

         Algo parecido le ocurrió a Pessoa, aislado de una forma voluntaria del mundo exterior donde le tocó vivir, para entregarse, como él mismo decía, a la noble tarea de la literatura. Abandonó los estudios, dejó a su amada y solo se permitió trabajar dos días a la semana para tener lo mínimo indispensable para vivir y no dejar de lado esas voces que, en forma de heterónimos, le llenaban sus pensamientos. Pessoa solo publicó un poemario en vida, Mensagem, y algunos artículos en revistas culturales de las que muchas veces formaba parte, sin embargo, hoy está considerado un héroe nacional y el mejor de los reclamos de cualquier marca comercial que quiera exportar al resto del mundo la imagen de una orgullosa Portugal. Tampoco podemos obviar que, Pessoa, que en un principio fue enterrado en el cementerio Dos Prazeres de Lisboa, ahora ya descansa en el Monasterio de Los Jerónimos de Belém, junto a los más grandes portugueses de todos los tiempos, como Vasco de Gama o Luis de Camoes, y en donde en uno de los laterales del monumento funerario que le hicieron al efecto, se puede leer ese poema que, en la voz del heterónimo Ricardo Reis, nos lo dice todo: "Para ser grande, sé entero: nada/ tuyo exageres o excluyas./ Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres/ en lo mínimo que hagas./ Así la luna entera en cada lago/ brilla, porque alta vive".

         Este breve esbozo de ambos escritores nos viene a decir que, por encima del caprichoso destino y de los avatares que uno y otro tuvieron que sufrir a lo largo de sus vidas, ellos le ganaron la batalla a través de la palabra. De ahí que, como ya he dicho en otras ocasiones, no haya nada más sublime que levantarse de las cenizas de una vida que mediante el intrínseco poder de la palabra, pues como nos dice Lionel Trilling en el libro anteriormente mencionado: "...  parte de su efecto proviene de Keats de vivir la vida al estilo heroico... lo que no se trataba, por supuesto, de una fórmula ni de algo racional, sino más bien de un modo de ser y obrar"; una cualidad kantiana que, sin duda, hoy está en desuso y que también podría extenderse a Pessoa.
 
Ángel Silvelo Gabriel

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