miércoles, 1 de julio de 2009

LA FUNDACIÓN FRANCISCO UMBRAL



Hace unos días leí un artículo en el diario El Mundo, en el que se anunciaba la creación de la Fundación Francisco Umbral, acto que apadrinó el Premio Nobel de Literatura José Saramago y que se celebró en Valladolid donde se ubicará dicha Fundación, bajo el patrocinio de Unión Editorial.

Quizá, una de las razones por la que merezca dedicar tu vida a este maltratado arte de la escritura sea éste, el reconocimiento y la posibilidad de que alguien cuide de tu obra cuando tú no estás para defenderla. De ahí, que me alegré al leer esta noticia. Además, por casualidad, días atrás leí un pequeño fragmento de Mortal y Rosa en el metro. Estaba en una de esa pegatimas que estimulan a los viajeros (últimamente se dirigen hacia los usuarios como clientes, ¡toma ya!) a leer mientras, por ejemplo, te desplazas en el metro.

Qué decir del gran Francisco Umbral, sin duda que ha sido para mí el mejor columnista al que yo he seguido, aunque reconozco que no he leído más que una de sus novelas en mi primera juventud, y hace ya tanto tiempo de eso, que no recuerdo el título de la misma; y que siempre tengo pendiente para leer Mortal y Rosa, de la que conozco parte de algunos capítulos que mi chica me ha leído, donde un lirismo desnudo y sincero de un corazón herido como el suyo por la muerte de su único hijo, nos dejó una gran novela para la posteridad.
Por otra parte, en un artículo relacionado con éste, nos relataban los primeros pasos de Umbral
en Madrid, y nos recordaban que dividía su tiempo entre la literatura por la mañana, el periodismo por la tarde y el Café Gijón por la noche, un triplete que forjó su vida y su obra. No sé por qué, pero mis neuras literarias, enseguida establecieron un paralelismo con ese orden vital de Umbral y me dije a mí mismo: por la mañana al trabajo, por la tarde a escribir y por la noche a alimentar a mi blog.
Por mi parte, esta entrada es mi humilde homenaje a este gran escritor, y os cuelgo una de sus columnas que cuando la leí , la recorté y todavía la conservo.
LOS PLACERES Y LOS DIAS
La Luna
FRANCISCO UMBRAL
Como ahora las guerras se hacen con los mosquitos de Alá, ocurre que la NASA se ha quedado un poco en el paro y entonces han decidido replantearse de nuevo si Estados Unidos llegó o no llegó a la Luna, aquella famosa pingaleta de Aldrin desafiando la ley de la gravedad que no había, pues los astronautas flotan en la Luna como un globo medio pinchado en el Congreso, que diría el presidente Aznar.
Lo cual que a estas alturas, y pasados ya de siglo, vuelve la duda sobre si fuimos o no fuimos a visitar a esa dama que los modernistas cursis llamaban Selene. Parece que en la revisión de aquellas pelis hay sombras y contrastes más propios del desierto de Arizona que de la desnuda Luna. A uno le parece bien el juego (nadie ha vuelto a la Luna, y eso ya es sospechoso) porque la NASA está a punto de jubilarse y en algo tienen que dar, pero uno se pregunta si tiene alguna importancia que el hombre llegase o no a la Luna. La conclusión es la misma. Que en la Luna no hay nada, que la Luna no sirve para nada y que su conquista, ahora en duda, no nos ha aportado nada. La gran revelación de la Luna no corresponde a los científicos sino a los poetas, como se había dicho siempre.

Y esta revelación consiste en que la Luna es un lujo, como el Universo todo es el lujo de sí mismo. Me preguntan de una revista femenina qué cosa sea el lujo. Me han cogido con el paso cruzado porque si no le habría dicho a la señorita que el lujo es la Luna, ese astro de ociosidad que se pasea por el cielo luciendo una nalga o la otra, como una musa de Maia- kovski. Maiakovski y todos los poetas líricos, comunistas o no, seguirán sacándole provecho a la Luna y dejando patente esa realidad sencilla y abrumadora de que la Luna es un medallón de plata entre los hermosos pechos de la nada.

Pero la gratuidad de la Luna sirve para informarnos de nuestra propia gratuidad. La Tierra, vista desde la Luna, presenta sin duda el mismo aspecto de descarrío y melancolía que a la inversa.Si de verdad Aldrin estuvo en la Luna, vería desde allí la inutilidad de la Tierra y el vacío de los mundos. Bernard-Henry Lévi escribe sobre la falta profunda de destino que tienen las guerras contemporáneas, y él ha estado en todas. Se lucha por la lucha misma en un planeta vacío de finalidad. Lo escribió Vicente Aleixandre: «La soledad de esos inmensos cielos tras los que nadie escucha el rumor de la vida». Borges, más doméstico, se limitaría a glosar la modesta Luna de enfrente.

Las guerras de Bush y Sadam, de israelíes y palestinos, de Oriente y Occidente, son guerras sin destino y esto lo han comprendido, mejor que los filósofos y los poetas, nuestros briosos soldados españoles que abandonan el Ejército a chorros porque ni el sueldo ni la muerte justifican su uniforme. La gratuidad de la guerra, sin ideas y sin ganas, nos remite a la gratuidad de la vida, que por lo menos trae un noviembre soleado y esa especie deliciosa de cosa o ligue que antes se llamaba novia. Nos estamos matando por nada y la Luna nos lo recuerda todas las noches. Con visitantes o sin ellos, la Luna es el búcaro que amuebla las estancias de la nada. No hace falta ir a la Luna para aprender que la Luna no es nada y que la Tierra sólo es una luna vista desde lejos.






1 comentario:

DE LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS dijo...

Bueno, el mejor homenaje a mi maestro, la lectura de su artículo La Luna, que hoy viene de tu mano.

Siempre han sido el azar y la necesidad las que me llevado a tomar las palabras del maestro como una bendición, como el mejor de los regalos.

Muchas gracias desde la Literatura, que las montañas se comunican por las cumbres.

Mi agradecimiento, mis felicitaciones.

Salud,


mar riolobos